La Caza del Terror

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La sombrerona

Fuente: "Losmejorescuentos.com"

Don Daniel era un hombre de aquellos que en verdad merecían llamarles “cachaco”. Con su sombrero de finales de los cuarenta, su saco gris, corbata negra y camisa blanca impecables, zapatos de charol bien lustrados y colonia francesa importada, pocas mujeres lograban resistirse a sus atenciones caballerescas y a menudo había quien le comparaba con el mítico Gardel.

Aquella noche fría y nublada, luego de departir largo rato junto con sus camaradas de Bogotazo, se disponía a salir del café que a diario solía frecuentar a excepción de los domingos que era el día que generosamente dedicaba a su familia.
Caminaba tranquilo por las viejas callejas de la candelaria con su cigarro blanco en la boca el cual le ayudaba a alumbrar el camino en los tramos en los que la murcielaga luz de los faroles no alcanzaba a abrazar. De repente, un viento helado como la muerte le hizo estremecer y casi le tumba el sombrero pero, como él se consideraba un hombre sin miedo, se repuso rápidamente y siguió caminando. Su sorpresa aumentó al ver entre la niebla la silueta de una dama parada en la esquina.

No recordaba haberla visto antes del suceso del ventarrón pero, haciendo caso omiso a esto y previendo la oportunidad de sacar a relucir sus dotes de Don Juan, apresuró el paso. A medida que se acercaba a la esquina comenzó a apreciar los detalles de aquella dama que extrañamente, en medio de la noche, esperaba sola en una esquina.

Le vio puesto un vestido rojo ceñido al cuerpo, guantes negros de terciopelo que no le dejaban ver rastro de piel en sus brazos y un sombrero muy grande de color rojo que no le dejaba ver el rostro. En sus manos la vio sosteniendo un lánguido filtro de cigarro, muy típico en la época, y en la punta un cigarro apagado.

Don Daniel se apresuró a sacar su candela y aclarando su garganta, se aproximó a la dama de rojo y con su voz varonil, la saludó, buenas noches, señorita. ¿Se le ofrece candela?. Ella asintió con la cabeza y se puso el cigarro en la boca. Don Daniel hacía esfuerzos disimulados para lograr ver el rostro de la dama por debajo del sombrero.

Ella acercó el cigarro a la pequeña llama y prendió su cigarro y antes de que Don Daniel tuviera tiempo de apagarla, ella levantó el rostro y con una voz sensual le dijo, gracias! Pero en realidad no había rostro. Sólo un par de cuencas negras y vacías donde debían estar unos ojos, sólo un oscuro agujero en donde debía haber una nariz. Sus labios… no habían labios. Solo dos hileras de dientes amarillos que mordían el filtro azabache. La calavera habló de nuevo y le dijo, es usted muy gentil, caballero, mientras soltaba el humo por el hoyuelo de la nariz...

Don Daniel esa noche aprendió a tener miedo. Al ver el rostro de muerte cayó privado al piso y ahí permaneció hasta que por la mañana lo recogieron. Lo más extraño es que lo encontraron desnudo y lleno de marcas por todo el cuerpo. Como si lo hubieran aruñado. A él no se le volvió a ver caminar solitario por las calles vacías a altas horas de la noche. A ella se le vio constantemente en la misma esquina y Don Daniel no fue el primero ni el ultimo en verla. Ya era común encontrar hombres desnudos en la esquina de la calle de la sombrerona.
 
 
 
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